Tiempo de Lectura

 

Mi mamá me mima


Como en espera estoy... las manos y los brazos en descanso, casi como al final de la vida, vida, vida...

Desde la lejanía me llega el frío de las gotas, la muerte misma de la sed, el calor al pie del grifo y el olor del pan recién horneado; ese niño que fui, esa desesperada necesidad de vida a paso lento.

El sol quemaba por aquel entonces, hoy hay frio bajo la misma luz y todavía sigo el pulso sanguíneo del latido.

Estamos viejos corazón, manos, ojos que se cansaron de ver lejos para, ahora, casi no distinguir; los pantalones cortos, el pie sobre la gramilla húmeda.

Mi mamá me mima, escribía con el sentimiento y los garabatos; mi mamá me mima aunque no sé si fue así...

Viajaba veloz a la escuela, volvía más rápido y ella mirando, ventanas adentro, con una sola vigilia centinela.

Volar, eso quería, volar y escribir palabras mágicas en el cielo y dibujar y ella mirando; volar, eso quería y que ella viniera también.

La letra indescifrable, casi como los gestos.

El sol remontado sobre su cabeza reflejaba cobrizo el pelo, pero siempre silbando.

Cruzaba el patio con la siesta al hombro, renegando con la escasez de agua pero siempre con melodías en los labios.

La puerta en espera o la mal dormida noche, desde ese oscuro rincón siempre volvía como solo vuelven los afectos.

Ahora, que el tiempo inescrupuloso marca los rostros, la veo con la menudes de su figura arrinconando la poca infancia que me queda para abrigarla con un abrazo que más me pide cobijo.

Ella pasa removiéndome el alma con su sombra y descubro tras sus anteojos que hay cosas que no dice, que seguirá envuelta en silencios.

Allá vá, lenta mi Antonia, la de los dolores que no confiesa.

Tras la ventana se agolpa la lluvia, no sabía cómo decirte que está todo muy gris por estos mundos, faltan tus pasos y ese, nuestro olor.

Ayer me ví en el espejo.

Ayer ví una máscara que repetía mis movimientos y ese otro yo no sabía ni mi nombre, ni mi dirección; recordaba una infancia de guardapolvos almidonados, de las canciones repetidas de la radio. Me tomó de la mano para, juntos, verla volver de su trabajo para seguir sumando más trabajo.

La indivisible mecánica de los días la encontraba envuelta en más tareas, no había estaciones desiertas, siempre se le agolpaban los momentos, se le olvidaban las caricias, había más cosas por hacer.

Allá va, lenta mi Antonia, no sea cosa que se nos olvide que tenemos que vivir.

Con la limitada gráfica de los palotes o la mínima matemática del dos más dos, trataba de explicar desde los pantalones cortos tanta sed de besos y caricias, ella lo sabía, adivinaba mis intenciones y arrancaba sin tanta retórica.

Ya ves Antonia, como nos ha cambiado la vida, sin embargo sigo como en aquella infancia junto con los chocolatines Felfort, el suplemento del diario Los Principios y el Anteojito de premio de vez en cuando.

Como en aquel entonces te pido la moneda que me lleve a ese mundo de recuerdos que nos ajene de este tiempo.

Allá va, lenta mi Antonia, la de los dolores que no confiesa.

La Antonia se queda rodeada de trajines y rutinas, ahora abrigando en lana destejida y recién lavada nuestro frío, transparentando vidrios, matando hambres a fuerza de amasijo.

La Antonia siempre estaba...

De a poco se fue guardando las caricias, tal vez se cansó de esperar las mías o, ahora que la veo, tanto ha sufrido que no sé si seguir con los brazos cruzados.

Desde aquí me veo despegando centímetros del suelo, agrandando el pié en despegue infinito.

Desde aquí me sigo viendo absoluto y desierto después de tanta vida.

Allá se queda ella en espera, siempre en espera, silencio y caricia.

Es hora de que abra los brazos para volver a sentir que mi mamá me mima y mucho...

 

Oscar Salguero

Del libro "CONTRATIEMPO" ed. del autor