La política como juego social
Por Alberto Moro
Los políticos, en las tomas de posición que supuestamente responden a los intereses de sus representados, persiguen también sin admitirlo jamás, sus propios intereses específicos dentro del campo del juego político.
Dados los últimos acontecimientos de la turbulenta política argentina, creo que no estarán de más algunas reflexiones sobre el tema bajo la óptica de la antropología social.
Según el diccionario, la política es “el arte de gobernar los pueblos manteniendo el orden y buenas costumbres.” Desde Platón, sabemos que el hombre es un animal político, pero apenas profundicemos la observación sobre su modo de accionaren ese campo no pocas veces podría ser calificado, jugando con las palabras e ironizando, como un político animalizado, muy lejos del orden y las buenas costumbres.
En uno de sus libros, el científico social francés Pierre Bordieu (*), fallecido no hace mucho, desnuda la verdad y da pistas de investigación antropológica sobre este controvertido tema, tal como lo ha hecho en otros campos a lo largo de su fecunda vida. Por eso es interesante conocer y divulgar algunos conceptos que se desprenden de sus trabajos, y que he sintetizado para los lectores de Ecos de Punilla proclives a la reflexión esclarecedora. Lo que sigue no son consideraciones basadas en caso particular alguno –aunque sin duda encontraremos significativas similitudes-- sino generalizaciones aplicables por doquier al accionar de los grupos humanos involucrados en el juego político, y en especial a sus cabecillas.
Según este autor, "debido a que los instrumentos de producción de una representación propiamente política del mundo social están desigualmente distribuidos, la vida política toma la forma de un intercambio entre productores profesionales y simples profanos, y puede ser descripta dentro de la lógica de la oferta y la demanda. El campo político es el lugar donde se fabrican productos políticos: problemas,programas, análisis, comentarios, conceptos, acontecimientos, etc., entre los que los ciudadanos ordinarios, reducidos al status de consumidores, deben escoger, arriesgándose a malentendidos tanto más importantes cuanto más alejados están del lugar de producción” (o sea de las mesas chicas o ampliadas de la política).
Esta división que hace Bourdieu entre los detentadores de los instrumentos de producción cultural, y más aún de los que usufructúan el monopolio de los instrumentos de producción política (líderes de partidos políticos, sindicatos, directores de periódicos, formadores de opinión, etc.) y los profanos, no es tenida en cuenta generalmente. Por el contrario, se suele hablar de la incompetencia de las masas, su necesidad de un jefe, su proclividad a la veneración, su apatía, estigmas todos a los que se considera como verdaderas propiedades de la naturaleza de las masas que, al decir de Gramsci, tienen "la certeza estúpida de que siempre habrá alguien que piensa en todo y se encarga de todo.” Algo sabemos de eso los argentinos…
De este modo, el desarrollo de las oligarquías dirigentes se encuentra favorecido por la fe de los desposeídos que delegan en los partidos no solo su representación sino también sus posibilidades de control. El líder del partido se vuelve el garante del éxito y de la victoria, y el poder político y económico se concentra, mientras entra en juego un perverso mecanismo que quita a los votantes toda posibilidad de control sobre el aparato partidario al que sostienen con su adhesión incondicional.
Así, los que dominan el partido y tienen intereses no solo en la persistencia de la institución sino también en los beneficios específicos que garantiza, encuentran la vía expedita para promover, como de interés para sus representados, sus propios intereses. En política, el desposeimiento de las mayorías es correlativo a la concentración de los medios de producción propiamente políticos en manos de burócratas profesionales de la política, capaces de vivir de su dedicación a ella. Es cuando en Argentina decimos que llegan al gobierno “no para servir, sino para servirse”. En su insaciable ambición de poder y malsano afán de opulencia, buscan casi siempre perpetuarse, por lo que nunca abandonan de buen grado sus privilegiadas posiciones. Acabamos de verlo y sufrirlo, en el traspaso del poder de Cristina Fernández de Kirchner, saliente, a Mauricio Macri, entrante.
El político triunfante es por lo general el que ha sabido desarrollar un sentido práctico de las tomas de posición convenientes, evitando aquellas comprometedoras que podrían enfrentarlo con las posiciones de otros ocupantes del campo que interactúan en el juego político. Esto es lo que los hace previsibles y fiables para los otros políticos, que los ven como competidores "responsables" dispuestos a jugar sin trampas ni traiciones el juego que a todos los beneficia. Esta adhesión fundamental se exige de manera absoluta por todos los que tienen el privilegio de invertir en ese juego cuyo monopolio poseen y desean perpetuar para no perder las ventajas materiales y simbólicas que garantizan la rentabilidad de sus inversiones en “la moneda del tiempo” entregada al partido.
Lo que acabo de escribir es especialmente evidente cuando aparece un outsider que no comparte esos códigos, y es atacado y descalificado en forma unánime por todos los políticos, sea cual fuere su ideología. Con lo cual la clase política demuestra tener un inusitado espíritu corporativo cuando es desenmascarada. El jugador extraordinario, el outsider (“el que no es del palo”, como acá se dice), al entrar en el juego “sin tomarlo en serio”, es decir sin complicidades, pone en riesgo el fundamento mismo de ese juego, que es la confiabilidad, la credibilidad y el prestigio de los otros jugadores. Y más pronto que tarde, es expulsado del sistema. Salvo que entre los anticuerpos del sistema haya muchos como él.
Para Bourdieu, los partidos son "organizaciones de combate especialmente preparadas con miras a dirigir esta forma sublimada de guerra civil, movilizando duraderamente por medio de previsiones prescriptivas el mayor número posible de agentes dotados de la misma visión del mundo social y del porvenir ambicionado”, generalmente utópico e inalcanzable en el corto plazo. De este modo, "la producción de ideas sobre el mundo social se encuentra en realidad siempre subordinada a la lógica de la conquista del poder, que es la de la movilización de las mayorías. [...] Persiguiendo la satisfacción de los intereses específicos que les impone la competencia dentro del campo, los diferentes grupos de políticos profesionales dan satisfacción por añadidura a los ocupantes de posiciones homólogas a las suyas en el campo social".
Y en las tomas de posición que supuestamente responden a los intereses de sus representados, persiguen también, sin admitirlo jamás, sus propios intereses específicos dentro del campo político.
Como ya dijimos, se sirven sirviendo, o simulando que sirven. Parafraseando a Max Weber, viven "para la política y de la política", olvidando a menudo los fines esenciales para los cuales se los ha puesto donde están mediante el voto. Algo que muy bien conocemos los argentinos, en especial desde que “recuperamos” este esbozo de democracia tan desvirtuado e inmaduro y tan alejado de lo que debería ser. Veremos qué nos depara el futuro.
Esperemos que esta vez haya un “cambio” verdadero. Ya sería hora de que ese gran país que es nuestra República retome el camino del que nunca debió desviarse, dejando atrás la demagogia y la corrupción.
La Falda, Diciembre de 2015
(*) El Campo Político, Pierre Bourdieu, Plural editores, La Paz 2001