Literatura y Antropología

 

IDAS  Y  VENIDAS  DE  LA PAREJA HUMANA  HETEROSEXUAL

 

Por Alberto E. Moro (*)


La capacidad reproductiva humana,  psicológicamente exacerbada por la libido en nuestra especie y sin restricciones temporales como en otras especies, sumada al pensamiento abstracto y la adaptación científica que denominamos “ciencia”, es lo que nos ha permitido poblar y habitar todo el planeta aun en las regiones más inhóspitas, en el hielo de los polos, bajo el agua o en el espacio exterior… ¡Y ahora vamos por las estrellas! Mucho más allá de ese planeta azul que es nuestro hogar flotante y rodante en el espacio universal... 


Cuando yo era niño, se decía que a los seis o siete años de edad los seres humanos alcanzábamos “el uso de razón”. Es decir que, en cierto modo ya no dependíamos tanto de los cuidados de nuestros padres y dejábamos de ser tan indefensos como en los primeros años. Podríamos ir y venir solos, evitando los peligros y siendo capaces de buscar el alimento por nosotros mismos dentro o fuera del hogar.La mencionada expresión era, naturalmente, una observación empírica aceptada en la sociedad, por un sentido común generalizado. Y ya verán ustedes hacia donde nos lleva…

 

Por aquella época, recuerdo que fue muy conocida una obra de teatro hilarante que llevaba por título “La comezón del séptimo año”, haciendo referencia a una supuesta crisis matrimonial que se producía precisamente al cumplirse ese aniversario del casamiento. Casados significaba entonces, claro, la unión de una pareja heterosexual “hasta que la muerte los separe”, como Dios manda. O mandaba…

 

En ese entonces, era casi imposible para nosotros los muchachos salir a solas con una chica antes de que ella cumpliera alrededor de 20 años, y aún a esa edad, la vigilancia no cesaba. Los padres eran celosos custodios de la castidad y si se celebraba un “asalto” (fiesta entre amigos de ambos sexos) o un cumpleaños, era en la casa de ella y con la presencia de los padres. Además, todo terminaba a más tardar cerca de la medianoche.Y al día siguiente todos los jóvenes almorzaban y dialogaban con su familia, frescos y bien dispuestos. Era impensable, como sucede hoy, que salieran de su hogar a las once de la noche para volver a casa recién a las ocho de la mañana, presentándose semidormidos, desgreñados y malhumorados, si es que lo hacen, a la hora de reunirse para comer. Por eso mismo, no la tenían tan fácil los narcotraficantes y los sexópatas que hoy pululan a sus anchas, siendo imposible la custodia de los padres a partir de la medianoche, “la hora del amor y del crimen”.

Si había un baile en el club o en cualquier otro lugar público, alrededor de la pista se sentaban las madres a conversar entre ellas pero con el ojo avizor siempre atento a que quién bailaba con su hija no se arrimara demasiado a impulsos de la testosterona circulante en su organismo. Si había diferentes salones de baile conectados en el club y los bailarines pasaban a otro haciéndose los distraídos, inmediatamente las madres también se trasladaban, al compás del sempiterno mecanismo propiciador del encuentro entre los sexos, dado en el ritual de la música y el baile en todas sus formas y, en todas las culturas. Obviamente, con tales “guardabosques” no había embarazos adolescentes como hoy vemos a diario, que les arruinan la vida a la nena, a su hijo, y a los padres. ¡O tempora, o mores!(1)

 

El embarazo adolescente, uno de los flagelos de hoy, al menos en Argentina, es la directa consecuencia de la ignorancia y la desaprensión. Por no ser conscientes o no ser responsables, al desconocer o descartar el invento de Falloppio según algunos o de Lord Condom según otros (2). Y lo que es aún más grave, frecuentemente se descubre que los hijos de un embarazo “accidental” sufren violencia reiterada por parte de su propia madre o de su concubino. Este último término es también una palabra a la que habría que descartar, o bien quitarle su connotación ofensiva. Es una pareja humana, más allá de si están casados o no por el Registro Civil, o por alguna Iglesia.

Tener una relación estable sin estar casados y sin haber pasado por el noviazgo oficializado y la posterior promesa de matrimonio llamada “el compromiso”, era algo inaceptable en las familias y muy mal visto por la sociedad en general.

 

Había, sin dudas, un condicionamiento impuesto por las costumbres, opuesto a la biología. La madurez sexual estaba restringida, sobre todo respecto a las mujeres. Sabemos que a los varones adolescentes algunos padres los llevaban a un prostíbulo para “debutar”, creyendo erróneamente que con eso “se hacían hombres”. Absurdo y traumático seguramente para muchos jovencitos. Dejándoles además la execrable y vejatoria enseñanza de que el sexo es “una cosa” que puede comprarse.

Viene al caso que les cuente a los lectores algo que leí hace muchos años en un libro de uno de mis autores preferidos que si mal no recuerdo era Bertrand Russell (3). Hacía referencia a una encuesta que se había hecho en Inglaterra en la época post-victoriana. Estamos hablando de principios del siglo pasado. La compulsa, realizada entre los jóvenes de los colegios ingleses, se refería al cotejo de la experiencia sexual entre ambos sexos. Sorprendió que la diferencia positiva fuese abrumadoramente más abundante entre los varones que entre las mujeres. ¿Cómo era eso posible, cuando lo lógico hubiera sido una relativa paridad? Investigaciones concomitantes descubrieron lo que los lectores ya estarán imaginando o habrán adivinado: la mano de obra para los varones era proporcionada por mujeres casadas mayores que ellos.

¿Por qué he traído a cuenta esta estadística? Para confirmar que la infidelidad no es privativa de los humanos masculinos sino que es, podríamos decir, bilateral. Con más o menos astucia en uno u otro caso, lo cual dejo a consideración de quienes siguen mi razonamiento.

 

La biología trata de imponerse ante las reglas creadas por el hombre. Hoy en día y en muchas partes del mundo, las mujeres han buscado y obtenido una mayor libertad. Trabajan afuera, ya no están encerradas en los hogares; van y vienen, viajan por el mundo, con paridad de oportunidades en todos los órdenes. No tengo estadísticas al respecto, aunque tengo una opinión conjetural que me abstengo de compartir.

 

Todo esto nos está diciendo algo muy importante: que el adoctrinamiento religioso, la tradición, las costumbres y la educación han estado forzando la naturaleza biológica humana, y desde muy antiguos tiempos. Incluso considerando al sexo como algo “impuro” digno de ser castigado. En la Edad Media, según imágenes y escritos que han llegado a nuestros días, era frecuente que los caballeros, cuando no estaban de “cruzadas”, colocaran en el centro del lecho matrimonial sus voluminosas espadas para marcar la elogiada separación de los cuerpos. La abstinencia contra natura era un valor. Pero en el fondo sabían del poder de los instintos, y por eso inventaron los absurdos e insultantes “cinturones de castidad”.

Según nos han inculcado, Adán y Eva fueron echados del Edén por haber comido la fruta prohibida, incitados por la serpiente, símbolo demoníaco en todas las culturas. Tal historia es un eufemismo asociado a la supuesta malignidad del sexo.Una  muestra más de la obsesión por regular la sexualidad está en el Deuteronomio, del Antiguo Testamento cuando dice “no codiciarás la mujer de tu prójimo”. Otra, es la imposición taxativa y amenazante “hasta que la muerte nos separe”. Ni hablar del criminal asesinato por “lapidación” a la mujer adúltera que aún practican sociedades que atrasan varios siglos en la evolución de los derechos humanos. Y no quiero dejar de mencionar las terribles prácticas de mutilación femenina que aún suceden en millones de casos en ciertas regiones del mundo, con la única motivación de quitarles el placer coital, convirtiéndolas así en un simple objeto al servicio de la lujuria masculina.

La historia nos informa además, del insultante e infame derecho de pernada vigente en los feudos de la Edad Media; una aberrante costumbre fundada en la sumisión más abyecta de los débiles por parte de los poderosos, que siempre actúan buscando el sometimiento y la indefensión total de las masas a través de la extrema pobreza y la inducción de la ignorancia como método (4).

 

Hasta aquí me he referido a lo que sucedió y sucede en Occidente, pero no estará de más espiar lo que sucede en el “lejano Oriente” de nuestros libros escolares de texto.

Si bien es un tema discutible, desde el análisis antropológico es posible pensar que la horrible, cruel e invalidante deformación provocada a las mujeres chinas mediante vendajes compresivos, durante casi diez siglos con el poético nombre de “Pies de Flor de Loto”, eran una construcción debilitante de la femineidad, facilitando la sumisión y la castidad, al ser un impedimento para que se alejaran del hogar. La excusa, claro, era que representaban un símbolo de belleza y erotismo, facilitadora del matrimonio. Pero basta ver las fotos de tales deformidades para imaginar el sufrimiento que lograrlas provocaba.

En el país oriental de las mujeres con atrofias provocadas que acabamos de mencionar, el más poblado de la tierra en un tiempo no lejano y hoy superado por la India, hubo otro caso en el que la dirigencia política, inmiscuyéndose en la vida privada del pueblo, e intentando hacer ingeniería demográfica, prohibieron a las familias tener más de un hijo. Tratándose en su enorme mayoría campesinos pobres, se consumó a través de los años un salvaje infanticidio con las hijas mujeres recién nacidas, pues los padres preferían varones, más aptos para las duras tareas del labrado y cosecha de los frutos de la tierra. La aventura política dio como resultado el asesinato de millones de recién nacidas, y provocó un desequilibrio demográfico que aún hoy es un sensible problema. No hay suficientes mujeres para los varones que quieren formar familia y en algunas regiones deciden “importarlas” desde otros países.

Hoy, en “El celeste imperio”, muchas mujeres prefieren no tener hijos por el alto costo y las dificultades de la crianza. Para ellas, casarse y tener descendencia deja de ser un imperativo social.

Y ya que hemos llegado al lejano Oriente en nuestro intercambio de ideas, también hay una novedad de alcances imprevisibles en Korea del Sur, “El país de las mañanas tranquilas”, en el que muchas mujeres adhieren a los “Cuatro no”: no a las citas, no al sexo, no al matrimonio y no a la crianza de hijos (5).Y esto es muy serio. En los últimos tres años ese país tuvo la tasa de fertilidad más baja del mundo. La estadística mostró que no llegaban a un hijo por mujer en edad reproductiva. De seguir así las cosas, la población se reduciría a la mitad al final de este siglo (6).

 

A su vez, en Japón, “El país del Sol naciente”, aunque la religión oficial Shintoista no considera tabú al sexo, sí hay una clara distinción entre lo público y lo privado, por lo tanto no se habla mucho del tema. Pero se sabe que también allí cada vez  hay menos interés en entablar vínculos amorosos estables y comprometidos, y las personas prefieren encuentros casuales que no impliquen obligaciones futuras.

Hemos citado solo como ejemplo lo que sucede en tres países orientales situados en las antípodas de Argentina. Pero no ignoramos que hay una multiplicidad de otros países de los cuales nada sabemos. Tampoco del Continente Africano y el Medio Oriente, una plétora de países, tenemos conocimiento cabal de lo que sucede. Podría imaginar creativamente, pero nada sé con mínima certeza, razón por la cual no haré comentarios al respecto.

 

Volviendo a nuestro Occidente, la exigencia de “virginidad” que rigió durante años,quizás originada en la antigua e inverosímil historia de una “concepción inmaculada”, también nos habla de discriminación, en particular hacia la mujer. Nos preguntamos por qué es tan importante la virginidad femenina y no la masculina, cuando en un ideal hipotético sería bueno que ambos iniciaran juntos su camino. Cuando se habla del “primer hombre de una mujer”, se da por sentado que habrá otros. Viene al caso comentar que también se decía socarronamente, que los hombres aspiran a ser el primer hombre de una mujer, mientras que las mujeres aspiran a ser la última mujer de un hombre. Dudoso humor…

 

A las sociedades pacatas de antes, pero también a ciertos círculos de las supuestamente comunidades desprejuiciadas de hoy, les cuesta reconocer que probablemente habrá más de un hombre en la vida de una mujer, así como más de una mujer en la vida de un hombre. Es casi una ley de la vida que no termina de ser reconocida, promulgada y aceptada. De eso no se habla, porque le quita seriedad al mandato matrimonial para toda la vida que es, en cuánto imposición, un intento de la política y las religiones para ordenar la sociedad según el criterio de iluminados que nada saben de biología.

 

En vista del giro que va tomando mi discurso, creo necesario aclarar que al poner de manifiesto el límite temporal de la relación amorosa que podríamos denominar “intensa”, de ningún modo estoy justificando la doble vida de algunos conyugues ni la traición cobarde sostenida en el tiempo que consuman algunas parejas en países donde no hay harenes ni es aceptable tener más de un esposa.

 

Los aberrantes episodios que no necesito describir porque son vox populi, que suceden en el seno de la Iglesia Católica y en todo el mundo por lo visto, son una demostración clarísima de lo que ocurre cuando se ignora la naturaleza que como entes biológicos, tienen los seres humanos. Jóvenes devotos y creyentes, imbuidos de fervor místico, se comprometen al celibato creyendo que dominarán por siempre los impulsos cuya clara identificación debemos a Freud. Quizás lo logran por un tiempo, pero como todos sabemos, el diablo es experto en meter la cola y crear tentadoras oportunidades en línea con los impulsos hormonales.No tengo información ni conjeturas acerca de las monjas, también obligadas al celibato, y en algunos casos hasta a la “clausura” de todo vínculo u actividad social.

Al igual que sucede a la política, las religiones también tienen dificultades para encontrar normas que satisfagan a todos, lo cual es a todas luces una imposibilidad constitutiva de nuestra bípeda raza. Tanto más ahora, con la profusión de imágenes en las redes sociales a las que nadie deja de tener acceso, que muestran en tiempo real lo que ocurre en todo el mundo. De donde surgen dualidades inconciliables como sucede con el aborto y la homo-sexualidad, temas en boga de los cuales no voy a ocuparme, pero sí daré dos ejemplos de actualidad que entrelazan conflictivamente a las organizaciones sociales políticas y religiosas. A nadie escapa en la Argentina la observación del pleito político-religioso aparentemente inconciliable entre los “pro” y los “anti” abortistas. En el campo eclesiástico, el Papa acaba de ser cuestionado por haber dicho acertadamente que la homosexualidad no es un delito. De inmediato tuvo que aclarar, con la ambigüedad discursiva típica de estos casos, que tampoco la infidelidad lo era, pero que fuera del matrimonio era un pecado (7). No puedo dejar de observar en el caso de la Iglesia Católica, que se trata de una organización no laica, de esencia misógina puesto que no tiene experiencia colectiva de matrimonio y en la cual las mujeres tienen vedado ser sacerdotisas. Sin embargo pretende regular las relaciones heterosexuales entre los seres humanos.

 

Un flagelo muy actual en Argentina, pero no solo en Argentina, es el mal llamado femicidio (8). Me tomo la libertad de pensar que la causa que mueve y descontrola a los machistas violentos llevándolos hasta el inaceptable asesinato de su conyugue es en la mayoría de los casos el descubrimiento de una infidelidad de la que supone es “para siempre SU mujer”, como les ha inculcado la sociedad. También sabemos, y no podemos descartar, la violencia potencial de los celos enfermizos que victimizan a muchas mujeres y a unos pocos hombres... 

Supongo sobre este punto, y subrayo que es solo una suposición pues no tengo información fidedigna al respecto, que los asesinatos por infidelidad bajo la influencia del adoctrinamiento desde la infancia acerca de que al matrimonio es “hasta que la muerte nos separe” ha  hecho que estos crímenes sean más frecuentes en las sociedades que, como las latinoamericanas, han sido sometidas “con la cruz y con la espada”, imponiéndose la poderosa influencia de los dogmas religiosos.

 

Pero, estimados amigos, temo que a estas alturas de mi discurso ustedes piensen que yo no creo en el AMOR. Que no existe… ¡No es así! ¡Claro que existe! pero es en primer lugar un mecanismo biopsicológico de cortejo y consumación útil para la propagación de la especie. Una ceguera momentánea según algunos, una atracción inmanejable según otros, que culmina fatalmente en el encuentro de los sexos. Epifanía pasional que dura aproximadamente los siete años a que hacíamos referencia al comienzo de este análisis. Año más, año menos…

El impulso hacia el sexo opuesto suele ser irrefrenable, más explícito en los hombres y más disimulado en las mujeres, hasta el punto de que un insuperable experto en la psicología humana como lo fue el doctor Emilio Mira y López (9) que supo pasar un tiempo en la Argentina, afirma en uno de sus libros que “el amor es la única fuerza que crece en proporción directa a los obstáculos que se le oponen”, no pocas veces llevando a la tragedia. El arte, siempre premonitorio y esclarecedor, lo anticipa. Romeo y Julieta, Otelo, Abelardo y Eloísa y tantos otros, son un ejemplo de ello. El trágico episodio argentino del amor entre Camila O’Gorman y el cura Ladislao Gutiérrrez recordado en un film, es otro ejemplo. Fueron fusilados por orden de Juan Manuel de Rosas por haber vulnerado las prescripciones y proscripciones vigentes.

 

La innegable y curvilínea belleza de la mujer, la hace irresistible cuando las inodoras e invisibles feromonas que emiten ambos sexos impregnan el ambiente.

Personalmente opino que la hembra humana, movida por un atávico instinto, seduce, observa, elige, incita, y atrapa; mientras que los hombres, siempre vanidosos, creen haber sido ellos los conquistadores de la compleja galaxia que es toda mujer con su inmenso poder de hacer lo que los hombres no pueden: cobijar en su seno y dar vida a un nuevo ser al que amará por siempre de forma incondicional.

 

Al margen de los hechos biológicos, no hay duda de que el amor humano apasionado que induce a los jóvenes al sexo es un sentimiento noble, elevado, emocionante, y una expresión afectiva del extraordinario desarrollo neurológico que ha alcanzado el cerebro humano que es, como sabemos la computadora más perfecta del universo conocido. Hay también asombrosos ejemplos en la naturaleza del amor circunstancial entre los mamíferos y aún en otras especies, como las aves. Pero no perdamos de vista que en sus fines es un extraordinario recurso biológico bastante generalizado con un ritual  de cortejo progresivo que desemboca fatalmente en la propagación de las especies. De su eficacia extraordinaria da prueba un cálculo personal con el que he podido estimar que cada ser humano en pareja, sin distinción de sexo, alcanza fácilmente 3000 cópulas en su período fértil. Aproximadamente dos por semana, cien al año y tres mil en 30 años. Seguramente puedo excederme, o quedarme corto, según los casos. He basado estos números en un período de tan solo treinta años, que pueden ser muchos más sin duda, con lo cual la cifra de intercambios sexuales podría ser mucho mayor si nos fuéramos, por ejemplo, a 40 o 50 años en personas con pareja estable o discontinua sin interrupciones temporales. Dejo en claro que no se trata de una bioestadística matemáticamente fundada, sino de una especulación estimativa. No creo que haya en el reino animal otro mamífero con similares capacidades potenciales de reproducción. En algunas regiones del planeta ya somos “plaga”, dicho esto con algo de humor.

Con su intuición extraordinaria, Darwin (10) vio estos problemas con meridiana claridad, y fue mucho más allá en el análisis del comportamiento de las especies, como bien sabemos. Una más, entre ellas, es la nuestra, y digámoslo sin ser apocalípticos, también está expuesta a la extinción, como cualquier otra. Quizás por su propia mano…

 

También observamos que en la actualidad suele haber, aún entre los muy jóvenes recién llegados al juego de la vida, un ejercicio del acto sexual sin amor, como una excitante diversión irrelevante y placentera sin costo económico alguno. Y que está al alcance de la mano en los grupos juveniles de ambos sexos, no pocas veces desprejuiciados y también desprevenidos, en los cuales puede haber simpatías sin profundidad afectiva y sin continuidad en el tiempo, y relaciones que se degradan en una sucesión de encuentros sexuales ocasionales y desvirtuados en su esencia sentimental… Amor light. Hoy con uno/a, mañana con otro/a.

 

Pero la vida siempre teje sus redes incansablemente, y como contrapartida a lo descripto en el párrafo precedente hay personas mayores más allá del medio siglo, que se encuentran o se reencuentran en lo que podríamos denominar “el amor tranquilo” de personalidades maduras, que quizás se conocían desde hace mucho pero no habían intimado. En estos casos se da lugar a una relación de buena calidad, de consideración y respeto mutuo que rescata felicidad en los momentos compartidos, aun no siendo convivientes. Y sobre todo, sin los sobresaltos y turbulencias pasionales de la juventud. Es el amor bastante idealizado que algunos viejos boleros románticos y canzonettas almibaradas nos presentan. Recuerdo en particular una canción italiana que escuchaba en la victrola a manivela de mi infancia, cuya letra expresaba: “L’amore é un treno que sfila sereno tramonti e vallate… (11). Sabemos que en la realidad, casi nunca es así, pero las canciones románticas nos ayudan a vislumbrar con optimismo lo que nos queda por vivir (12).

 

También suele darse la relación supuestamente amorosa entre un varón mayor famoso y por lo general millonario en dinero o en reconocimiento mundial, y una mujer mucho más joven. Borges y María Kodama (43 años de diferencia), Pablo Casals y María Montañez (61 años de diferencia), Eduardo Constantini y Elina Fernández (44 años de diferencia). Toda elección en la vida supone algún riesgo sin embargo. El refranero español lo dice así: “Ella veinte, él sesenta… ¡Ataúd o cornamenta!”

El caso inverso es casi inexistente, pero como se dice de las brujas, que los hay, los hay… BrigitteTrogneux y Emmanuel Macron (24 años de diferencia), Shakira y Piqué (10 años de diferencia). Me abstengo de opinar y mucho menos calificar este tipo de relación en la que al menos uno de los integrantes de la pareja seguramente no pasa por el estado pasional irrefrenable, mientras que el otro no alcanza seguramente la plenitud orgásmica expectable, dicho esto con todo respeto por la ajena intimidad.

 

No obstante lo enunciado hasta aquí, queda claro que nada superará el supremo  sentimiento y la plena satisfacción física, afectiva y espiritual del coito en la edad reproductiva con la persona amada y elevada a un pedestal imaginario por ese fenómeno psíquico extraordinario llamado AMOR. Así con mayúsculas, ya que los humanos tienen una capacidad afectiva latente infinita, que va mucho más allá del sexo y que puede crecer, enriqueciéndolos y dignificándolos a lo largo de toda su existencia. 

 

Al margen de las consideraciones biológicas, está claro que hay muchas parejas humanas afortunadas cuya relación dura toda la vida sin infidelidades o con algunas superadas por ambas partes. Para ello es necesaria una transformación de la cual no somos conscientes la mayoría, de la que nadie habla, y cuya concreción, a mi modesto entender, es imprescindible para la continuidad de la pareja. Llega un momento, tarde o temprano, en que el amor pasional debe transformarse en una suerte de amistad amorosa basada en el respeto mutuo, la estabilidad de la familia y el amor a los hijos. Este último, a mi criterio, la forma más perfecta, intensa, incondicional y duradera de afecto entre las personas. Es el verdadero amor inconmensurable y eterno, muy superior incluso al que los hijos pueden sentir por sus padres. Quien ha perdido un hijo en la flor de la vida, como quien esto escribe, lo sabe bien.

 

Estas idas y venidas del amor humano en la pareja heterosexual que hacen felices a pocos y atormentan a muchos, están reiterada y ricamente expresadas en el contenido literario de las letras de tangos y boleros que arropadas por la música interpretan esta mezcla de sufrimientos y alegrías, ansias insuperables y penosos desencantos tan propios de la condición humana.

 

En las sociedades occidentales convulsas, inestables, y expulsivas de hoy, a pesar de sus carencias y defectos en lo que respecta a los derechos humanos fundamentales, se observa un cambio en el comportamiento de las parejas humanas que me atrevo a calificar de sinceramiento biológico. La igualdad experimental entre hombres y mujeres en el aspecto sexual ha evolucionado extraordinariamente, eliminándose prejuicios y restricciones, conquistándose la igualdad de oportunidades y unas relaciones más laxas, mucho menos posesivas, que empiezan, pero también terminan. No son para toda la vida. Esto al margen de la presencia de los hijos, dando lugar a las familias ensambladas, donde hay vástagos de diferentes parejas y una relación interpersonal más sincera biológicamente, aunque no exenta de complicaciones propias de estos grupos constitutivamente “ampliados”. La vida es un mar proceloso, lleno de asechanzas. La calma “chicha”, si llega, jamás será permanente.

Lo que antecede es muy evidente en los hombres y mujeres de la farándula, los artistas, las vedettes, las cantantes y –para estar a tono con los tiempos- en las idas y venidas de los futbolistas cuya vida sentimental está  expuesta a la luz del día en las redes sociales, donde se ve a los divos, a las divas y a los dioses del estadio cambiar de pareja cada cinco, seis o siete años, como si tal cosa fuese normal. Y lo es, a mi criterio, por toda la argumentación que he desarrollado. Y no es cuestión de ser bueno o malo, tonto o inteligente. Es la biología subyacente a los mandatos legales o religiosos con los que choca. Citaré un solo caso reciente: el escritor Premio Nobel Vargas Llosa separado de su mujer para unirse a Isabel Preysler (ex del cantante Julio Iglesias) duró poco más de 7 años, lapso típico sobre el cual ya he hablado en el comienzo de esta nota.

La verdad biológica determinante de este “sincericidio” generacional es la de que los seres humanos no son, antropológica y biológicamente considerados, monógamos sino polígamos (13), como todos o casi todos los mamíferos. Sucede que la naturaleza ha asegurado una convivencia armónica tan solo durante el tiempo necesario para que la descendencia alcance la mínima madurez física para desplazarse y desenvolverse en forma autónoma. Y ese plazo se cumple al parecer con frecuencia, aunque no siempre culmine en una separación conyugal.

 

En el reino animal la fidelidad absoluta en todo el tiempo vital adulto no existe. En los seres humanos, una especie más entre tantas otras, tampoco. Salvo en algunos casos afortunados. Es una imposición de las religiones y la política por lo general con el propósito de “ordenar” la sociedad, sin tener en cuenta las bases científicas. En el fondo, la biología contrariada yconsagrada por las costumbres, solo busca la perpetuación de la especie. Y en ese sentido, “le conviene” que cada macho de Homo Sapiens pueda inseminar a la mayor cantidad de hembras de su misma especie. Y ellas también, educadas, imbuidas y penalizadas por las normas vigentes, encubren muchas veces sus impulsos de disponibilidad ante el temor de la condena social.

Lo que la Madre Naturaleza no previó todavía pues sigue con sus experimentos, es que a diferencia de todas las otras especies, la humana requiere para sus hijos muchos años de formación intelectual para manejarse aceptablemente en el complejo mundo que hemos creado. Y mucho más ahora, con las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), que avanzan a velocidades supersónicas invadiéndolo todo.

 

De los swingers, gigolós y prostitutas no voy a hablar ni escribir, pues tales prácticas no solo me parecen degradantes sino también repulsivas y atentatorias contra la dignidad humana.

 

Confieso que a lo largo de mi vida he visto, sufrido y gozado el amor y el sexo, como todos, sin pensar demasiado en su –llamémosle así- idiosincrasia. Pero ahora, transitando ya la décima década de mi vida, les estoy dedicando algunas de las neuronas que me quedan. A grandes rasgos, como casi todos, asociaba el amor al sexo como si fueran dos expresiones de una misma cosa. Pero ahora veo con claridad que si bien pueden ser la expresión aunada de un mismo fenómeno, son en su esencia diferentes expresiones de nuestra vitalidad. Ya no idealizo al sexo como la consumación elevada del amor, como un sublime éxtasis que los seres humanos pueden alcanzar cuando dos almas supuestamente gemelas se funden en una sola pensando compartir juntas el resto de sus vidas, que es lo que ellos mismos sentirían al disfrutar de ese fenómeno psico-físico tan placentero.

Porque allí está la diferencia. Ambos son fenómenos biológicos psico-físicos, pero sucede que el sentimiento llamado amor es esencialmente psíquico, una creación de la mente, mientras que el sexo es esencialmente una pulsión física, una necesidad fisiológica. No son una expresión de la misma cosa, como ligeramente aceptan casi todos los humanos sin meditar, solicitados y atareados en otros aspectos de la vida. La prueba es que puede haber amor sin llegar al sexo, y que aún mucho más puede haber -y lo hay- sexo sin amor, obviedad que descubrirían la mayoría de las personas si analizaran honestamente y en profundidad sus propias vidas. Las excepciones, que las hay, confirman la regla. Suele haber, en la mayoría de las personas algunas pocas ocasiones de “enamoramiento profundo”, pero muchísimas más de sexo, lo que hace notable –a mi modesto entender- la diferencia entre ambos aspectos de la vida humana.

 

Como ya hemos explicado más arriba, el extraordinario fenómeno del amor impaciente, la entrega total al otro con fidelidad extrema y no forzada, tiene un límite temporal que puede o no ser reemplazado por una amistad amorosa. Concluyendo, el amor y el sexo son pulsiones disímiles que en circunstancias felices pueden coincidir temporalmente, incluso toda la vida de una pareja, contrariando la sabiduría popular de que “nada es para siempre”.

 

Esta separación que he volcado en este texto, entre el amor como fenómeno psíquico y el sexo como fenómeno físico, puede ser cuestionada por gente de amplios conocimientos que sabe de la profunda interrelación entre todos los sistemas orgánicos, y que la hipófisis, por ejemplo, como directora de la orquesta glandular tiene íntima e inevitable participación en todos los fenómenos orgánicos visibles o invisibles. Y tendrán razón en cuestionarme. Me justifico con el ejemplo semántico de la palabra “Anatomía”, que en su origen etimológico significa “cortar y separar”, refiriéndose al hecho de que para conocer la composición del cuerpo humano en tiempos de mayor ignorancia, fue necesario primero abrir, cortar y separar los distintos elementos, para estudiar su volumen relativo, sus inserciones, su inervación, su vascularización, sus relaciones de continuidad y sus funciones. Y ya que estamos en el insospechablemente complejo espacio de la lingüística, apelaré a dos palabras conocidas por todos e importantes en la ciencia: Análisis y Síntesis. Es necesario el análisis para poder llegar a la síntesis. También si queremos ver –como estamos intentando- que sucede con las “idas y venidas de la pareja humana heterosexual”.

 

He volcado estas palabras tratando de mantenerme dentro de dos de mis variadas áreas de interés: la Literatura en género Ensayo y la Antropología Social.

En lo que respecta a la Literatura, que es simplemente el arte de exponer por escrito el pensamiento de manera comprensible para quienes comparten un determinado lenguaje gráfico, simbólico y abstracto.También creo apropiado expresar que no es una aptitud con lo que se nace, como creen muchas personas. Por el contrario, siempre es el fruto de una dedicación y práctica constante, acompañada por una inmersión inclaudicable en la vida de las grandes personalidades de las letras, de la ciencia y de la historia que dejaron testimonio de su paso terrestre mediante el recurso de la pluma. Con las cuales podemos identificarnos o, por el contrario, no estar de acuerdo. Es el fundamento de la libertad de expresión que estoy ejerciendo en este escrito.

En la Universidad me enseñaron y aprendí que definir la Antropología es una de las cosas más difíciles, por la infinita multiplicidad de temáticas que puede abarcar en su búsqueda de la verdad no siempre explícita que se oculta detrás de lo que se dice o lo que se cree. Por mi parte he llamado en mi auxilio a Publio Terencio Afro, un escritor latino que murió a la edad de 35 años, en el año 159 antes de Cristo, a quien se atribuye la frase “Nada de lo humano me es ajeno”. Palabras que a mi entender definen sencilla y prácticamente a la ciencia que se ocupa principalmente del hombre en sentido genérico, en su inabarcable complejidad. Dada mi avanzada edad cercana al siglo, en muchas de las situaciones aquí consideradas podría hablarse de lo que en investigaciones de campo llamamos “observación participante”. Solo que en este caso no me he limitado a la descripción aséptica de los hechos, sino que he adjetivado abundantemente de acuerdo con mi propio sentido moral. Por lo cual, si cabe, me disculpo.

 

Espero haberles entretenido y que nadie se haya sentido enojado u ofendido por mis palabras o por mis afirmaciones, ya que todos disfrutamos de la libertad de expresión.

 

Y cierro con esta síntesis. La capacidad reproductiva humana,  psicológicamente exacerbada por la libido en nuestra especie y sin restricciones temporales (época de celo) como en otras especies, sumada al pensamiento abstracto y la adaptación científica que denominamos “ciencia”, es lo que nos ha permitido poblar y habitar todo el planeta aun en las regiones más inhóspitas, en el hielo de los polos, bajo el agua o en el espacio exterior… ¡Yahora vamos por las estrellas! Mucho más allá de ese planeta azul que es nuestro hogar flotante y rodante en el espacio universal... 

 

La Falda,5 de Febrero de 2023

 

(*) Magister en Antropología. UNC

 

1- ¡O tempora o mores! Es una locución latina que se puede traducir como ¡Qué tiempos, qué costumbres! La utilizó Cicerón en su primera “Catilinaria”.

2- Se atribuye al anatomista italiano Gabrielle Falloppio (1523-1562), muy conocido por quienes hemos estudiado a fondo Anatomía, haber inventado un preservativo de lino con el que combatió exitosamente una epidemia de sífilis. Otros lo adjudican a Lord Condom (Siglo XVII) un noble, médico de la corte de Carlos I, quien lo habría inventado confeccionándolo con tripas de animales para controlar la numerosa descendencia que el monarca iba dejando por el camino.

3- Bertrand Russell (1872–1970), matemático y filósofo inglés.

4- Ver América Latina hoy, y la decadencia educativa, promovida adrede desde el poder político para crear pobreza y dependencia. En Argentina,“¡Alpargatas sí, libros no!”, frase icónica del peronismo.

5- Elda Cantú. Una huelga de natalidad. The New York Times en Internet, 3 de Febrero de 2023.

6- Jawong Ju. La “huelga de natalidad” que pone en jaque a Corea del Sur. Diario La Nación. Suplemento El Berlinés, 5/2/23.

7- Elisabetta Piqué. El Papa aclaró en una carta sus dichos sobre la homosexualidad. Diario La Nación, 29//I/23, pág. 10.

8- Femicidio es incorrecto puesto que no se trata del asesinato de la fe, sino el de una mujer. Por lo tanto debería utilizarse el término feminicidio.

9- Emilio Mira y López (1896–1964). Los Cuatro Gigantes del Alma. Editorial El Ateneo. Buenos Aires, 1962.

10- Charles Darwin (1809-1882), naturalista inglés. Su obra más conocida es El Origen de las Especies.

11- Traducción: “El amor es un tren que desliza sereno entre montes y valles…”

12- El ser humano es el único ser viviente que tiene conciencia de su finitud. Al nacer, tenemos una dura certeza que nos acompañará toda la vida: la de que algún día vamos a morir.

13- Polígamos en el sentido de relaciones sucesivas en el tiempo, no simultáneas.