Democracia e Identidad

 

Por Alberto E. Moro

 

La esquiva, inasible, e inidentificable identidad argentina


Aunque hemos sido convocados para hablar de los últimos cuarenta años de democracia como si antes no hubiera existido ninguna, y bien sabemos que los gobiernos que vinieron después no fueron, ni mucho menos, democracias perfectas, me he tomado la libertad de escribir sobre un aspecto relacionado con el funcionamiento del Estado que la política ha buscado siempre sin conseguirlo, pues es algo que jamás alcanzará, como lo es sin duda encontrar una IDENTIDAD UNIFORME para el conjunto de personas que habitan un país.

 

Todos los políticos, derecho-humanistas, aficionados y “opinators” de todo pelaje, se han llenado siempre la boca hablando de la famosa “identidad argentina” en relación con cualquier tema, pretendiendo demostrar así su sensibilidad social y nuestras particularidades.

 

Y ni hablar de los gobiernos militares como el último de facto que siempre buscan el inescrutable “ser nacional”.

 

También los gobiernos supuestamente democráticos que una vez llegados al poder intentan apropiarse de todos los símbolos y ser los únicos representantes de esa entelequia llamada “pueblo” en la que no admiten que alguien piense diferente o contraríe sus ansias de poder omnímodo.

 

Podemos recordar los ingentes esfuerzos y los debates que se produjeron cuando el último gobierno del llamado “Proceso”, que abandonó el poder hace 40 años, en sus primeras etapas, buscaba desesperadamente desentrañar el famoso “Ser Nacional”, ese pensamiento acerca de sí mismos que erróneamente presuponen, deben tener los pueblos y -lo más importante- a través de cuyo conocimiento se los puede manipular mejor.

 

Al decir esto, va de suyo que lo que consciente o inconscientemente buscan todos los autoritarios de cualquier estirpe y cuño, es el pensamiento único para poder encantar, desde el balcón o el estrado, a todo el rebaño con las mismas directivas que ellos consideren útiles en la domesticación de las masas, sean verdades, o bien supercherías.

 

Refiriéndonos a las personas individuales, tenemos la identidad básica del DNI, a la que todos tenemos derecho. Y en cuanto a la vida, cada uno se construye diferente de manera tal que lo convierte en un ser único e irrepetible bio-psico-social del cual nunca podrá haber una copia fiel, ni siquiera por clonación.

 

Además, en el caso particular de la Argentina, país casi desértico a fines del siglo XIX, siguiendo las sabias palabras de Juan Bautista Alberdi, creador de nuestra constitución: “Gobernar es poblar”, el gobierno argentino de entonces promovió una gigantesca –podríamos decir aluvional- inmigración desde los puertos de Europa que imbricándose con la pre-existente formó un conglomerado humano multi-racial muy alejado de la pretensión de una uniformidad de pensamiento acerca de todas las cosas.

 

La identidad colectiva, que es más que nada un concepto abstracto pues se refiere a grupos humanos compuestos por individuos que si bien tienen algunas cosas en común son todos diferentes, hace que sea muy difícil definirla con precisión. Tanto más en los tiempos que corren ahora, en los que las características culturales se contagian con rapidez por la facilidad de los viajes terrestres o aéreos, y los intercambios en las redes sociales planetarias que cabalgan velozmente sobre las nuevas y extraordinarias tecnologías desarrolladas por el colectivo humano.

 

Ya no hay, como en el pasado, grandes grupos o poblaciones inmóviles en sus lugares de origen, aislados por los obstáculos geográficos, los idiomas y dialectos, y los exacerbados nacionalismos que favorecían el control político que siempre han buscado los gobiernos de la Tierra.

Ahora, la cosa se les está escapando de las manos a favor de la fluidez visual y auditiva horizontal entre los distintos pueblos, que les permite comunicarse y saber en tiempo real que está sucediendo en cualquier región, incluyendo a las más remotas, e incluso viajar para verlo con sus propios ojos.

 

Por todo ello, la diversidad cultural es cada vez más grande e imbricada que en el pasado, en todos y cada uno de los países; especialmente en los que han alcanzado un grado avanzado en sus procesos colectivos de civilización.

 

Todo esto genera una notoria efervescencia social muy contagiosa aún en pueblos donde la educación, y junto a ella los demás derechos humanos, son tristemente deficitarios o aún inexistentes, pero existe la TV, y la gente ve y sabe instantáneamente lo que está sucediendo en el resto del mundo. Para muchos, es un renovado impulso para “caminar” el planeta como siempre hemos hecho los humanos.

 

Y para cambiar las cosas y conseguir los derechos humanos básicos, hay quienes saben cómo habría que intentarlo, con qué medidas de fondo, pero no logran domesticar a los políticos corruptos, que en numerosos países no son la excepción sino la regla. Y ya sabemos por la Teoría del Juego que cuando todos están de acuerdo en la forma de jugar y entra alguien que quiere hacerlo de forma diferente, sin que nadie haga nada, el sistema por sí mismo se encarga de expulsarlo. Es lo que muchas veces sucede con los honestos que arriesgan su honra entrando en el tempestuoso mar de la política.

 

Para no quejarnos tanto y soportar mejor los desaguisados que a diario se cometen en nuestro país, no olvidemos que hay muchos grupos humanos en diferentes regiones del globo que ni siquiera son registrados al nacer, indocumentados sin techo, alimentos ni trabajo, que no pueden pensar en la política pues ocupan todo su tiempo en ver de qué manera logran comer, defenderse y sobrevivir, sin tiempo para informarse ni plantearse cuál es su identidad. Y estos últimos son miles de millones de personas, a las que los políticos apuntan con sus diatribas y eslóganes fáciles de digerir pero generalmente intencionadamente falsos.

 

Como ustedes ven, sin pretenderlo inicialmente, terminamos hablando de las imperfecciones democráticas, régimen que como bien sabemos es el único aceptable aún en sus flagrantes imperfecciones. Como sistema, para decirlo eufemísticamente, es el mejor de los peores.

 

Cada vez se les hace más difícil a los políticos venales, dictadores o con aspiraciones de serlo, controlar al pueblo como si fuera una masa uniforme a la que denominan “el pueblo” o “la gente”.

Por eso se desvivieron y se desviven por anular a las personas públicas o funcionarios que los denuncian y a los medios de comunicación que no les hacen el juego, encarcelando o asesinando a los primeros, y comprando o desfinanciando a los segundos. Esa pretensión uniformadora, aberrante y desconocedora de lo sociológico, es lo que permitió no hace mucho la absurda, avasallante y ridícula creación en la Argentina de una Secretaría de Coordinación Estratégica del Pensamiento Nacional, por un mal intencionado capricho presidencial, poniéndola en manos de un adocenado y obsecuente pseudo-filósofo, que no es tal desde el momento que somete su labor intelectual a los caprichos y condicionamientos de una líder omnisciente con pretensiones faraónicas.

 

Los dirigentes políticos que se creen encumbrados para siempre por designio de los dioses del Olimpo, y que tienen en su fuero íntimo la pretensión de entrar al Parnaso de los Héroes, se desviven por lograr el “pensamiento único”, que paradójicamente es lo “único” que jamás van a lograr por más propaganda que hagan y más artilugios que empleen. La historia no los absolverá, como ellos pretenden.

 

Por el contrario, la historia no perdona y a la larga se sabrá la verdad, por más propaganda, falsas promesas, y discursos histriónicos. No los salvarán del escarnio de la posteridad ni los grandes escenarios y fastuosos espectáculos, ni el fútbol para todos, ni la costosa propaganda incesante y falaz pagada con los dineros del pueblo. “Con la nuestra”, como se dice ahora.

 

Los esfuerzos de los demagogos en buscar una uniformidad identitaria para legitimarse como representantes de “todo” el pueblo nunca sucederá. Lo cierto es que no existe tal cosa, una identidad nacional aplicable a todos los habitantes por igual, y hoy menos que nunca, cuando la posibilidad de viajar y las tecnologías de la información comunican a todos los hombre y mujeres del planeta instantáneamente..

 

Sí, hay rasgos culturales tales como ser parte de una historia, de un lugar, de una familia, de una comunidad determinada, o de sistemas heredados de creencias, leyes, costumbres y -siempre infaltables- la presencia de símbolos a través de los cuales nos comunicamos y que a su vez nos identifican. Nada que ver esto con el anhelo despótico de la uniformidad de pensamiento.

 

De lo que se trata, en los conflictivos tiempos que vivimos, es de aceptar la diversidad, ya que la uniformidad no es posible. De aceptar y respetar al otro resolviendo los problemas mediante el diálogo.

 

En un intercambio de ideas celebrado hace un tiempo en el Teatro Colón de Buenos Aires, con el director argentino Daniel Barenboim, creador de la West-Eastern Divan Orchestra (Integrada por palestinos e israelíes), Felipe González, uno de los artífices de la República Española post-dictadura franquista y ex Presidente de su país, afirmó acerca del conflicto palestino-israelí que “Se viven las identidades como excluyentes, y esto es un error. La pregunta es cómo superar el error y recuperar la esperanza.”

 

Los que somos individualmente, es una construcción personal que hacemos con lo que traemos genéticamente e ignoramos, y con las circunstancias con las que nos encontramos en el devenir de nuestra propia vida. Nada seríamos sin la presencia de los otros, sin reflejarnos en los demás. De allí el imaginativo drama del náufrago solitario en una isla, frecuente en el cine y la literatura, y la utilización como castigo que suelen infligirse los humanos, cuando colocan a alguien incomunicado en una celda solitaria como venganza de la sociedad, por las razones que fueren. Aislados, perdemos la identidad.

 

Nada seríamos, reitero, sin la presencia de los otros. No existe un “yo” sin el “otro”. Ni tampoco una identidad que nos unifique a todos por igual. Todos los que habitamos hoy la Tierra, y también las generaciones futuras, estamos obligados a convivir lo más pacíficamente posible en nuestro planeta azul que gira en el espacio sin llegar a ninguna parte, hasta que un cataclismo o una bomba auto-producida nos destruya.

 

Tratemos de ser amigables con el prójimo, en el entorno cercano, y también en el orden mundial. No hay otra salida ni escapatoria, ésa es la única posibilidad de alcanzar la Paz. En realidad, no solo somos una especie más en el reino animal, sino una de las últimas, una recién llegada que ha recibido de los dioses ciertas ventajas competitivas que no deben envanecernos ni servir para destruirnos.

 

La Falda, Mayo de 2023

 

El texto será leído en acto sobre los 40 años de Democracia que se realizaría el 8 de junio organizado por la JMHLF.