24 DE MARZO DE 1976

 

Por Sebastián Tassart


El último golpe militar en Argentina tuvo lugar hace 48 años. El 24 de marzo de 1976 los “salvadores de la Patria” como se auto denominaban los militares de entonces, tomaban el poder y empezaba la noche más oscura en nuestra historia nacional.

 

Típico de “iluminados”, los uniformados de entonces, cual muñequitos a cuerda daban el zarpazo e instauraban un régimen de terror y genocidio. Por sexta vez en el siglo 20 y en un lapso de 46 años se interrumpía el orden constitucional.

 

La excusa, siempre las hay de todos los colores, era “salvar” a la Patria de los movimientos guerrilleros y del marxismo leninista al que presentaban como el “virus” del momento.

 

Patrañas  y excusas para lo injustificable. Los movimientos armados para la fecha del golpe estaban militarmente derrotados, reduciéndose su margen de maniobra a pequeñas operaciones con su fuerza diezmada y acotada capacidad de ejecución.

 

Las verdaderas razones eran otras, no tan patrióticas ni tan autóctonas. La interrupción del orden constitucional argentino fue otro capítulo de los que se fueron produciendo en América Latina durante los años 70. Todos a instancia, con la complicidad de Estados Unidos.

 

Tengamos presente que Paraguay gobernada por Stroessner desde 1954 bajo un paraguas de “democracia” payasesca mediante “elecciones” y Brasil en 1964 tras la deposición de Joao Goulart fueron los primeros experimentos duraderos.

A ellos se sumó Perú en 1968 con la destitución de Belaunde Terry; Ecuador en 1972 con el golpe que derrocó a Velasco Ibarra; Uruguay y el autogolpe de Bordaberry que lo convirtió en títere de los militares de allí; y el de mayor crudeza, en Chile, el 11 de septiembre de 1973 con la irrupción de Pinochet y la rara muerte de Salvador Allende.

 

Todos estos hechos luctuosos, formaron parte de un plan continental orquestado desde Estados Unidos. Bajo la excusa propiciatoria de combatir al comunismo y los movimientos armados, en realidad se escondió el barrido y limpieza de una generación pensante que se opusiera al saqueo económico que venía.

 

Saqueo económico que consistió en endeudar abusivamente a los países, lo cual sumado a las malas administraciones dejaron el caldo de cultivo a temperatura ideal para, una década y media después, instaurar los lineamientos del neoliberalismo y el capitalismo salvaje a instancias del “libre mercado” y “el ingreso al primer mundo”.

 

En nuestro caso puntual, de la mano de Martínez de Hoz  Argentina multiplicó por 7 su deuda externa. Al momento del golpe de estado de 1976 nuestra deuda era del orden de los 7.000 millones de dólares. Cuando asumió Raúl Alfonsín el 10 de diciembre 1983, la misma orillaba los 50.000 millones de dólares.

 

Pero el costado económico no fue el más terrible. El secuestro, detención, tortura, asesinato y desaparición de personas se transformó en la moneda de cada día de esos casi 8 años de dictadura genocida. No menor fue el robo de criaturas nacidas en cautiverio y entregadas a familias “de bien” como gustaban de jactarse los dueños de la vida y la muerte en aquella aciaga y nefasta época.

 

Todo era justificado bajo el lema de “salvar a la patria”. Los que vinieron a “combatir” la guerrilla, profundizaron la violencia y la transformaron en terrorismo de estado. 30.000 compatriotas desaparecieron en las mazmorras de la dictadura genocida. Muchos en los tétricos “vuelos de la muerte”, otros en fosas clandestinas y vaya a saberse de cuantas otras formas y lugares.

 

Estos personajes malditos se “formaron” bajo los parámetros del nazismo y la OAS y las aberraciones cometidas en Argelia. Con el toque “académico” de la Escuela de las Américas, luego de perfeccionarse “exportaron” el modelo de represión, tortura y muerte a América Central dándoles “clase” a los asesinos y torturadores de aquellas latitudes.

 

No puedo dejar de mencionar que los uniformados empoderados tuvieron su veta de Rambo, aunque en realidad sería apropiado el mote de “Rambito y Rambón”, generando dos episodios de matiz dramático. El primero en 1978 con la casi guerra con Chile, frenada a tiempo por la mediación internacional. El segundo merece un párrafo aparte.

 

En el albor de su decadencia, la dictadura militar argentina, principalmente el “general majestuoso” como lo llamaban a Galtieri en los pasillos del Pentágono, sucumbiendo a los cantos de sirena, mordió el anzuelo que no debía morder, pero por el cual desesperaba: La Guerra de Malvinas.

 

Mi crítica a la forma, irresponsabilidad, ocasión y oportunidad del conflicto armado de 1982, nada tienen que ver con la reivindicación territorial, como parte de Nuestra Patria, de la Soberanía Nacional sobre el archipiélago de las Islas Malvinas. Como así también reconocer y valorar la gesta de quienes allí combatieron en las peores condiciones de abandono y desidia por parte de sus superiores. Una cosa no impide la otra.

 

Éste despreciable personaje, Galtieri, megalómano y borracho, entró en su fase napoleónica de enfrentar a la tercera potencia militar del momento, en la absurda creencia que el Reino Unido se iba a quedar de brazos cruzados contemplando pasivamente que le “birlaran” uno de sus puntos estratégicos.

Creído a su vez, que Estados Unidos iba a terciar a su favor, cuando la historia ha demostrado que los únicos enfrentamientos entre ambas potencias se dieron en el marco de la independencia primero, y luego en la guerra de 1812 por la disputa del actual Canadá. De ahí para acá son aliados históricos.

 

Ese fue el comienzo del fin de la dictadura. La derrota de Malvinas y su doloroso saldo en vidas sacrificadas, forzaron a los militares a tirar la toalla y proceder a la apertura del proceso democrático que, finalmente, devino en su restauración en 1983.

 

Recientemente, la Vicepresidente de la Nación, Victoria Villarruel, afirmó en una entrevista que quienes combatieron al terrorismo están presos. Eso es parcialmente cierto. Que están presos es verdad, pero no por combatir al terrorismo en luchas armadas, sino por el secuestro, tortura, asesinato, desaparición de personas y el robo de criaturas muchas de ellas nacidas en cautiverio.

 

Para concluir, debo señalar que la peor democracia es preferible a la “mejor” dictadura. Esto lo digo por quienes al presente aun sostienen frases del estilo “con los militares estábamos mejor” o “algo habrán hecho”.

Nada, jamás habilita al terrorismo de estado ni a ningún tipo de violencia, provenga de quién provenga; la violencia política no tiene asidero ni justificación de ninguna clase. NO HAY VIOLENTOS BUENOS. LOS VIOLENTOS SON SIEMPRE, EN SU TOTALIDAD, MALOS.

 

A modo de cierre para estas reflexiones, quiero hacerlo  con las palabras finales del fiscal JULIO CESAR STRASSERA en el alegato del Juicio a las Juntas Militares: “Señores Jueces: quiero utilizar una frase que pertenece ya a todo el pueblo argentino: NUNCA MÁS”.